La muerte extingue y crea leyendas. Engrandece las virtudes y maquilla los defectos. Así como idealiza al difunto, subraya también los misterios. ¿Quién fue Juan Heraldo Viroche, “Yonino” para los amigos? La pregunta quedó planteada hace 24 días, cuando el hallazgo de sus restos en la parroquia de La Florida que le habían encomendado estremeció hasta al Vaticano.
La transfiguración fue inmediata, como inmediato fue el nacimiento de la dicotomía suicidio-homicidio. Su biografía pública y privada se convirtió en un tema sensible, que todavía cuesta abordar. Viroche pasó de ser un cura de un pueblo de Cruz Alta (al este de Tucumán) a estar en boca de todos. Lo compararon con el fiscal Alberto Nisman, con René Favaloro y con el mismísimo Jesucristo. Leonardo Boff, el teólogo de la liberación brasileño que el padre Juan admiraba de joven, lo ubicó al lado del obispo Enrique Ángel Angelelli. Fue agregado a la lista de los mártires latinoamericanos. El obispo de Merlo-Moreno, Fernando Maletti, lo relacionó con el sacerdote Carlos Mugica.
La prédica de Viroche contra el negocio del “paco”, la explotación infantojuvenil y sus mercaderes adquirió una dimensión increíble. “Hay cosas que, para ser vistas, primero tienen que ser creídas”, dice a propósito de ello un grafiti estampado al lado del templo del padre Juan.
Es tiempo de revolución
“En este momento no hay lugar para la objetividad”, reflexiona un sacerdote dolido por la muerte violenta del colega y amigo (los curas consultados para esta producción prefirieron no revelar su identidad). Después de hacer esa aclaración, acota: “la rebeldía fue su rasgo distintivo”. La definición encaja a la perfección con el pelo largo y la barba que Viroche lucía sin preocuparse por lo que pudieran pensar sobre él. Así, con la melena revuelta, se presentó hace un lustro en La Florida. “Se bajó de la moto y dijo ‘hola, soy el nuevo sacerdote (reemplazó al presbítero Ricardo Acevedo). Nadie le creía”, relata una feligresa todavía asombrada.
Atado o suelto, más corto o más largo, el cabello entrecano de Viroche parecía toda una metáfora de su personalidad. “En su momento fue el único sacerdote con pelo largo de Tucumán: era algo inaudito”, explica un compañero del seminario. “Nunca me lo dijo, pero puedo interpretar que no se lo cortaba un poco por rebeldía, y otro poco como estrategia de acercamiento hacia los jóvenes y los sectores populares, que siempre fueron su opción preferencial”, apunta Ernesto Bruna, un amigo que Viroche contrajo a fines de la década del 80.
“Somos los ‘rebelde way’”, decía en broma el padre Juan. Diferentes testimonios coinciden en que se sentía a gusto sacudiendo a sus interlocutores; se sentía cómodo incomodando. “Era un transgresor en el buen sentido porque tenía muchas causas para serlo. Vivió para movilizar al prójimo y su muerte puso patas para arriba el statu quo”, sintetiza un religioso embarcado en la misma cruzada.
Llama la atención que el último texto que Viroche publicó en su perfil de Facebook terminara con una profecía: “es tiempo de revolución”. La reflexión parece escrita por un líder social y podría ser suscripta por un agnóstico: ocurre que el párroco advirtió “que las cosas (que denunciaba) no se iban a resolver milagrosamente”. En esa misma publicación aclaraba: “no soy profeta de calamidades, pero esto está poniéndose feo”.
“Burlisto”
“Ya en el seminario se lo veía muy poco convencional”, afirma un cura que compartió los años de formación con Viroche. Ese perfil iba más allá de la barba, el pelo largo y la moto. Le gustaban la música y la danza folclóricas. Tocaba el bombo y la guitarra. “Un día intentó enseñarnos a bailar”, recuerda un compañero matándose de risa. El ex seminarista Bruna indica que “La pucha con el hombre” era una de sus chacareras favoritas. Se inclinaba por la trova y la canción de protesta. Escuchaba a Mercedes Sosa, a León Gieco, a Víctor Heredia y a Silvio Rodríguez. En los últimos años había redescubierto a la cantautora Joan Báez, ícono del movimiento pacifista estadounidense. Vuelta a vuelta, Viroche repetía los versos de Atahualpa Yupanqui: “de un sueño lejano y bello soy peregrino”.
Solía usar una remera con el rostro de Ernesto “Che” Guevara y en su cuenta de Facebook había señalado que le gustaba “Las venas abiertas de América Latina”, ensayo de Eduardo Galeano y suerte de “biblia” del movimiento anticolonialista. Coherente con estas reivindicaciones, se preocupaba por rescatar la cultura y la identidad de los pueblos originarios: había incorporado figuras de estas culturas en la liturgia como, por ejemplo, los dibujos incaicos que llevaba en la estola.
El padre Juan encontró su vocación en la época de efervescencia social y política que acompañó el restablecimiento de la democracia. Todavía estaban frescas las heridas provocadas por el cierre de los ingenios en 1966 y la dictadura. “Su pensamiento encajaba más con la izquierda, si es que aún puede hablarse de esas categorías”, evoca un cura que lo vio en acción.
Quienes lo conocieron aseguran que hacía chistes todo el tiempo. “Era muy ‘burlisto’”, propone una vecina de La Florida. Jugaba al truco y a la pelota (era arquero): hincha fanático de San Martín e Independiente. Además, se prendía cuando se armaba el carnaval. En algo se parecía al estereotipo del sacerdote: había engordado desde su ordenación. Tenía literalmente hambre y sed de justicia.
Orar como oraba Juan
“Era un hombre común”, explican por doquier. Se insertó rápido en las comunidades de La Florida y de Delfin Gallo. Incluso se acercó a los otros credos. Mormones y evangelistas fueron a la parroquia de Viroche así como Viroche entró en sus casas.
No había barreras para relacionarse con él. “Era sociable y cooperativo”, afirma Susana Gómez, vendedora de dulces de La Florida, mientras batalla contra las moscas que revolotean sobre los alfajores de maicena. Y añade: “Dios se lleva todo lo bueno”. “Pero sí ponía distancia con quien tenía que ponerla”, advierte una allegada. “Disponible, cercano y al alcance de todos: estos fueron los atributos de su ministerio. Estaba al lado de su gente, sobre todo en las malas. Era impulsivo y, tal vez, impetuoso. Por eso su muerte desató tantas pasiones”, razona un sacerdote.
Había nacido el 24 de agosto de 1969. Trabajó como carnicero y verdulero, y conoció privaciones, tal vez por ello la marginación no le resultaba indiferente. Su padre murió cuando él era chico: a Yolanda, su madre, la cuidó con un permiso especial del seminario. De ese núcleo familiar sólo queda Miriam, una hermana. A los 15 ingresó a los grupos juveniles de la parroquia del Santísimo Sacramento, donde se gestó el movimiento PASO: perseverancia en la acción con sacrificio y oración. Pasó por distintos templos, entre ellos, el de San Ramón Nonato, antes de llegar a La Florida. Allí se zambulló en la problemática lacerante de las adicciones, con una estrategia personal.
Murió el 5 de octubre con 47 años y en circunstancias truculentas. Su deceso detonó una andanada de tabúes, como corresponde a quien fuera un rebelde en vida. Aquel miércoles tocaba leer el Evangelio de San Lucas (11,1-4): “un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: ‘señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos’. Él les dijo entonces: ‘cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu nombre, que venga tu reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden y no nos dejes caer en la tentación”. Para sus deudos y fieles, el Padre Nuestro era el padre Juan.
"Perdimos un luchador pero la lucha sigue"
Un día Juan Viroche, Enrique Bonotto y otros jóvenes militantes de la parroquia del Santísimo Sacramento decidieron sacar de la calle a un anciano que vivía de la caridad. “Como no sabíamos ya qué hacer, fuimos hasta Desarrollo Social a plantear la solución. Juan dijo que no iba a moverse de allí hasta lograr una respuesta. Y así fue como conseguimos un techo para ese señor”, recuerda tres décadas después Bonotto, quien conoció al sacerdote en los grupos juveniles del barrio ubicado atrás de la Quinta Agronómica.
Mil anécdotas salen de la memoria de “Quique”, que rechaza la posibilidad de que Viroche se haya quitado la vida y en todo momento pide separar la vida personal del cura de su trabajo comunitario. “Esta muerte nos interpela y nos sacude, pero no debemos dejar que nos aleje del camino correcto. No podemos salir a matar, sino bregar por mantener la memoria de Juan y acrecentar su obra”, reflexiona en un diálogo con este diario. Y agrega: “perdimos un luchador, pero la lucha continúa”.
El fallecimiento del párroco de La Florida y Delfín Gallo movilizó a sus amigos del movimiento PASO (perserverancia en la acción con sacrificio y oración). Muchos de esos cuarentones y cincuentones, como Bonotto mismo, se unieron a la Multisectorial Juan Viroche que convoca las marchas de los viernes (ver aparte). Se trata de adultos que de jóvenes se metieron a trabajar en los barrios humildes con la guía de los sacerdotes Guillermo Benzi y José “Pepe” Abuín.
“Nos habían pegado fuerte la Teología de la Liberación y los postulados de la Civilización del Amor de Juan Pablo II. Estábamos muy consustanciados con la realidad social: éramos de izquierda para la Iglesia de los años 80”, dice el salteño Bonotto, que conoció a su esposa en ese espacio parroquial. Según su opinión, Viroche llevó a la práctica la idea de hacer carne los principios católicos: “era un cura al que no se le notaba que era cura. Nosotros buscábamos eso: nunca dejar de ser gente común, y vivir la fe sin ingenuidad ni mojigatería”.
La marcha tuvo que sortear obstáculos
Cuando los manifestantes llegaron a la Plaza Independencia se encontraron con una situación que no habían previsto: era imposible caminar por la calle 24 de Septiembre. Allí, habían construido una pasarela y a la hora de la marcha por la muerte del cura Juan Viroche, decenas de jovencitas desfilaban para el público.
Rápidos de reflejos, desde la Multisectorial Juan Viroche decidieron comenzar la marcha en la esquina de esa calle y 25 de Mayo, hacer una “U” y terminar en la Catedral. Mientras el conductor daba vuelta la camioneta que llevaba los parlantes, los más ansiosos comenzaron a clamar por “justicia” y a cantar que “el padre no se suicidó”, mientras a 20 metros sonaba a todo volumen la animada canción “Happy” (“Feliz”, en inglés) de Pharrell Williams. Todo un contraste.
Si bien la Multisectorial se presentó formalmente el jueves, ayer volvieron a leer su documento inaugural ante los manifestantes. Antes de dar los primeros pasos, comenzaron a rezar.
Detrás de la camioneta se ubicaron las Madres del Pañuelo Negro y luego los partidarios de la Corriente Clasista Combativa. Entre los autoconvocados, además del tradicional cartel blanco y negro con el nombre del cura, aparecieron algunos coloridos con frases como “es tiempo de revolución” (la última frase de Viroche en Facebook); y “voy a cubrir tu lucha más que con flores”, de la canción que León Gieco le escribió a un militante social asesinado.
Cerrando la marcha se pudo ver al fiscal federal Antonio Gómez, quien siempre opinó que el caso era un “crimen mafioso”. Tras sus dichos, el fiscal de la causa, Diego López Ávila pidió que se analice la posibilidad de sancionarlo.